Por: Ars mundana
Es muy común en la época presente el hecho de que las argumentaciones liberales, tanto en lo político como en lo económico, inunden el espectro público, hasta saturarlo de prejuicios y asunciones simples, como que una persona puede ser totalmente auto-suficiente sin ayuda de la sociedad, o que un consumidor es un individuo aislado que no necesita de nada social para sobrevivir. Estas ideas imperantes en debates públicos, en el imaginario de jóvenes y viejos que no se toman la molestia de hacer un alto para pensar y analizar, tienen mucha aceptación y se reproducen con facilidad. A menudo se piensa que en esta sociedad el que tiene éxito lo tiene porque hizo méritos sencillamente individuales, y no como la consecuencia de una serie de aspectos que contribuyen a eso; contribuyen más al fracaso, si se trata de las grandes mayorías sin oportunidades ni medios para vivir.
La fantasía escala hasta llegar a series como “The Walking Dead” en la que una pléyade de luchadores superdotados, sin atisbo de molestia o duda, acaban con ejércitos enteros de zombies solo con espadas y flechas, y sin haber comido en todo el día (al menos no al interior de la propia historia). La fantasía del mercenario “luchón”, entrenado en combate y supervivencia individualísima, es una de las aspiraciones más comunes del armado hombre norteamericano (y sus sucedáneos lamesuelas del sur), que cree que con unas latas de frijol en un búnker y un fusil puede sobrevivir a cualquier debacle (incluso la sequía). Llegamos al culmen de la destrucción capitalista como deseo, es decir, al apocalipsis nuclear… perversión continua del pueblo norteamericano, plasmada con desabrido orgullo en tantos títulos, unos tan buenos como Fallout, otros tan decadentes como Borderlands 2.
Otro juego con una tímida historia, en el cual todo lo transmite un robot (como si un computador no fuera ya un semejo de robot), y en la que la sociedad aparece cancelada desde un primer momento, pues se encuentra marginada toda en los bordes de carreteras maltrechas llenas de bandidos y perros mutantes, en la cual no parece progresar ninguna tranquilidad. El lenguaje es el de las balas, sus creadores ya ni siquiera atienden a la ficción política preferida de la modernidad, el Leviatán, porque resulta más interesante lanzar un individuo muy armado a un desierto polar, para que acabe con todo pistolero, y retorne la calma imposible, pues es arrebatada nuevamente por el algoritmo de la generación repetida de enemigos de la IA (Inteligencia Artificial).
El estilo comic no contrarresta la falta de detalle humano, todas las armas son iguales o muy parecidas, las municiones, tiendas y provisiones se ubican en lugares del todo absurdo, como si el neoliberalismo aún sobreviviera lúcido en la decadencia maldita de la sociedad. Esta innecesaria distopía no cuestiona la guerra como sí lo haría la serie Fallout, que insistía en sus títulos “la guerra nunca cambia”, pues reduce a escombros todo esfuerzo social, todo amor, y todo lazo cariñoso.
Hace falta solo dirigirse al título del juego, Borderlands, tierras limítrofes, para comprender que lo que desean sus creadores es introducir al jugador realmente en una masoquista distopía en la que toda belleza natural se ha esfumado, donde casi no existen las mujeres (la mayoría de los personajes de la máquina son hombres), ni trabajadores, ni animales, ni lugares públicos para el disfrute… si esta es la fantasía que persigue el más desarrollado país de la tierra, es necesario una revisión de cuál es el futuro que se desea como sociedad, si un conjunto de pueblos abandonados, secos y llenos de bandidos, o si es una sociedad capaz de decidir por sí misma su futuro, y de corregir las tendencias destructivas del individualismo exacerbado, que es tan solo una ilusión contrapuesta al cariño y al trabajo colectivo y social.
