Por: Ars Mundana
Terminator 2 es una película dirigida por James Cameron, grabada en 1990, y que se caracteriza porque ha sido vista decenas de veces por quienes gustan de la revelación del cine de los 90, o quienes no tenían otra opción pues era el único filme que transmitían las viejas y poco ambiciosas cadenas televisivas latinoamericanas al finalizar el milenio. De tantas veces que fue transmitida y vista, creó una especie de culto óseo, un poco cristalizado, en el que se asume que todo futuro con máquinas y robots tiene que ser apocalíptico (aún las películas-directores no podían deshacerse de la preocupación de la debacle nuclear y el riesgo armamentístico) y que resultaría en una tiranía robótica contra el ser humano. ¿De dónde proviene una interpretación tan reducida y negativa de la tecnología y la robótica?
Terminator 2 es excepcionalmente larga para su época, intensidad y rapidez publicitaria son incompatibles con las largas y quietas reflexiones de Sarah Connor, una de las protagonistas. Era común para la televisión periférica cortar casi todas las escenas que tuvieran que ver con los sentimientos de los protagonistas, pues el espectáculo quería mostrar más las balas y las explosiones. ¿Pero cómo representar humanamente a una máquina para volverla personaje? A veces se dice “trabaja como una máquina” para sugerir la fuerza o la “seriedad” de alguien ante el trabajo. Arnold Schwarzenegger es el actor perfecto para representar una máquina-exterminador, es un actor máquina pues representa “el ideal de hombre de la época” en muchos largometrajes, su cuerpo exageradamente tallado es otra muestra, es corto en el lenguaje, brusco para ser máquina (la máquina podría ser otra representación inconsciente de la sociedad patriarcal), y sin embargo no deja de parecerse a cualquier fortachón violento norteamericano.
Para la protagonista Sarah la realidad y la verdad están reducidas a la irracionalidad del sistema, ni su razón ni su juicio son compatibles con la institución de “sanación mental” en la que es retenida. Los psiquiatras y sus cuidadores no entienden por qué ella alerta sobre el apocalipsis nuclear (en un momento en que los Estados Unidos estaban liderando la “coalición” en la guerra del golfo en Kuwait para apoderarse de los campos petroleros). Con el juicio alterado por las imágenes de adoctrinamiento que impartían sus psiquiatras y sus drogas (recordando los dilemas de 1984 de George Orwell) Sarah Connor conoce solo un tipo de máquina antes de ver al exterminador por segunda vez, conoce de un mecanismo encarnado que la persigue para matarla. Por eso cuando ve la cara del exterminador en el hospital psiquiátrico huye como si la fuera a asesinar de súbito.
En un momento de la historia, Sarah tiene la oportunidad de extraer el procesador central de la cabeza del exterminador, piensa que destruyendo este procesador (a pesar de que ya había mostrado ser confiable) el futuro podría estar mejor, sin embargo John, su hijo, interfiere y defiende que la máquina sea usada con fines emancipatorios. ¿Emanciparse de qué? Sarah creía que del exterminador, pero su hijo le hace recapacitar, deben usar la máquina en su favor. Luego encamina sus energías a asesinar al diseñador del exterminador, con la esperanza de que sus diseños no produzcan estragos en el futuro. Con un saldo de violencia y de drama, Sarah sigue sin saber contra qué debe luchar, alega que no hay futuro, pero no sabe a que oponer sus energías (además del agente T-1000 que parece hecho de mercurio o de bario inteligente). John tenía claro que las máquinas podían ser una ayuda al desarrollo de la vida humana, su madre Sarah no lo comprendió de esa manera, esto le cuesta la vida al “buen” exterminador y los diseños, que volverían a aparecer muy probablemente gracias a la curiosidad y la dedicación humanas.
Las ideas de Sarah no ganan universalidad, difícilmente intenta superar sus más profundos miedos porque le cuesta interpretar una máquina como una ayuda para el trabajo humano (tal cual como los brazos robóticos que ensamblan automóviles o que mueven cajas), como un recurso que se debe disputar para beneficio de los trabajadores, pues las consecuencias de su uso o su creación son un problema social y general, lo que hace inútiles las acciones de Sarah, pues según la realidad de Los Angeles en esta época casi cualquier industria de armas podría llegar a producir un exterminador si usaba suficientes ingenieros y técnicos. Sarah debía luchar contra los señores de la guerra, no contra unos técnicos explotados.
John Connor sabía que debía luchar contra un mecanismo más general, más despiadado, que le había quitado el padre y la madre (encarcelada por advertir de la debacle armamentista), llamado capital, que se desenvolvía con la indiferencia de la familia, el mercado y el Estado norteamericano, y que solo podría luchar contra él en una situación de amor y de solidaridad sostenida. John no aprende a querer a una máquina, porque es imposible quererlas (salvo la admiración de su uso), aprende a quererse por entender a la máquina, pues las máquinas tampoco quieren, al menos no lo necesitan. Con el amor le hizo comprender a su madre que no estaba dispuesto a aceptar su unilateralidad vertical, y que debía apuntar a un fin más general como la lucha contra el capitalismo, creador real de la debacle armamentista de entonces.
El mundo negativo, “patas arriba” le llamarían popularmente, era reconocido por Sarah con claridad: “En un mundo insano él era la elección más sana”, se refiere a la relación de la máquina con John, parecía incondicional y comprometida, muy distinta a la relación que había tenido con hombres de carne y hueso. Parecía en todo caso que no existía diferencia entre los padres humanos y los padres máquina, pues sin importar su composición ósea (de metal o de calcio), todos funcionaban como máquinas en el mecanismo ciego del capital.
